Opinión | Tribuna abierta
Un lápiz y una goma de borrar
Ahí está su cuerpo, sus pequeños dedos que dibujaron o escribieron palabras que no debemos borrar de nuestra memoria
Tenía entre once y catorce años, dos impactos de bala en la cabeza, un lápiz y una goma de borrar. Once, catorce, dos, uno... cifras que no dicen nada hasta que uno se para a sumarlas (más bien a restarlas) por separado. Su cuerpo ha sido encontrado en el barranco de Víznar, en una fosa común, donde habían sido arrojados otros cadáveres. Tampoco sabemos la cifra exacta (quizá catorce), así que no podemos hacer operaciones ni adivinar ni calcular. Sí sabemos que lo mataron el primero, por eso su cuerpo fue encontrado el último. Hasta ahora se han hallado los restos de ciento veinticuatro personas en diecisiete fosas del barranco de Víznar. Se cree que pueden llegar a doscientos. Sin precisión, no podemos dejar actuar a las matemáticas, que son una ciencia exacta. Entre once y catorce, unos doscientos, ciento veinticuatro... así no hay manera de averiguar nada, solo se puede dejar el camino libre a la pura hipótesis. El niño (porque era un niño) tuvo un nombre que ahora desconocemos. Solo tenemos una goma de borrar y un lápiz. Quizá volvía de la escuela cuando se lo llevaron, o se dedicaba a dibujar y escribir en sus ratos libres. A lo mejor era cabrero, como aquel otro cadáver encontrado, de apenas dieciocho años. No sabemos tampoco cuántos años podría haber vivido, si le hubieran dejado. Cuántas mujeres habría amado, a cuántos hijos habría acompañado a la escuela, qué dibujos o qué letras habrían salido de ese lápiz y esa goma ahora tirados al lado de un cadáver. Puede que imaginara un mundo lejos de ese barranco, más seguro, más confortable, un mundo como este, una utopía. Habría que decirle que su sueño solo se cumplió en parte porque ahora mismo, niños como él son asesinados en muchos países. Y no hacemos nada. Sin cifras exactas solo se puede conjeturar, quejarse, levantar la voz como si este niño fuera un aldabonazo en nuestras cabezas. Pero lo olvidaremos rápido, como olvidamos a los niños de los naufragios, de las pateras, de las guerras. Qué pueden once o catorce años, dos impactos de bala, una goma de borrar y un lápiz contra el mundo. Las noticias duelen, pican, escuecen, pero no nos despiertan. El nombre de este chico no aparece entre la lista de fusilados, pero ahí está su cuerpo, sus pequeños dedos que dibujaron o escribieron palabras que no debemos borrar de nuestra memoria, la de todos, la de un país que quizá deba recordar a qué conducen la tensión y el clima de continuo enfrentamiento por el que transitamos creyéndonos inmunes.
*Escritora y profesora
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